0 Comentarios - entrada de Viqqi.- Publicada el sábado, 16 de enero de 2016
Secretos que lastiman > Capítulo 1 //



Capítulo uno – Mis libros

Apurada como siempre corría en dirección a mi siguiente clase. Era normal verme en esta situación, quien me viera así creería que tenía alguna emergencia, pero al contrario de ello, yo no veía a nadie, solo quería llegar a tiempo a mi siguiente clase. Recién salía de una y ya tenía que ingresar a otra, en el instituto tenías tiempo entre clase y clase, algún recreo momentáneo, podías descansar un rato o tomar un café, pero en la facultad, no tenía ni tiempo de un pequeño bocadillo, había profesores que comenzaban la clase ni bien daba el cambio de hora, había que tener destreza para cruzar los pasillos a tiempo, ir corriendo a veces era lo más fácil para mí, hasta había veces que ni tiempo pensar en respirar tenía.
Creía que pronto podrá entrar en un concurso de natación para ver quien aguataba más bajo el agua sin soltar ni un poco de aire. Seguro ganaría, pero había un pequeño detalle no tenía tiempo para eso.
Iba de un lado para el otro todo el día, todos los días, mejor dicho siempre, este era uno de esos momentos. Tenía que llegar a mi clase de literatura mi favorita, pero una de las cuales casi empezaba antes de que termine de la hora anterior, el profesor parecía manifestarse en medio de la clase ya con todas sus ideas para el día listar y a medio decir. Miré el reloj de la pared más cercana antes de dar vuelta a la esquina, solo quedaban unos minutos para que el timbre sonara, aunque no era el instituto a cada hora soltaba un pequeño pitido, que ayudaba a varios estudiantes a no perderse en el tiempo, como me solía pasar. Antes eso no era problema, llegar un minuto tarde y no perderte nada, en el instituto, pero aquí si no estabas a tiempo estabas fuera.



Estaba por entrar en el salón pero algo me lo impidió, una pared en frente mío provoco que mis libros terminaran en el piso, sabía que no necesitaba anteojos por lo que no comprendía como me había golpeado con un muro, así de absorta me quedaba a veces cuando estaba concentrada en algo o no prestaba atención a nada. Al levantar la vista vi el porqué, un chico de pelo negro azabache estaba parado al frente mío con expresión de culpa, tenía medio cuerpo fuera del aula, con una mano sostenía la puerta que estaba cerrando tras de sí, yo quería entrar y el salía, por eso me había chocado con él.
En el momento que yo me agachaba a recoger mis tantos libros él hacía lo mismo, me sorprendió un poco ya que los chicos que conocía del instituto habrían pasado de ayudarme mientras se reían de mi torpeza pero él no se reía.
Todavía podía entrar en el aula, si tenía suerte el profesor recién estaría llegando a su escritorio.
- Lo siento – se disculpó entregándome un par de cuadernos, de los cuales colgaban las hojas – que estúpido soy – murmuró en voz baja, pero logré escucharlo, sonreí disimulada, estirando la vista intentar vislumbrar algo dentro del aula.
- Esta bien, siempre me pasa - no mentía eso era verdad, siempre andaba con los libros en el piso, en algunas ocasiones yo era la que terminaba en el piso.
- Ha sido culpa mía – dijo llevando su mano a un libro, justo el que yo estaba por recoger, nuestras manos se rozaron, pero solo un poco porque él retiró la suya enseguida, parecía avergonzado.

Después de levantar todos mis papeles, libros y cuadernos, me dispuse a entrar en la clase rogando que el seños Platz estuviera de humor, por ahí me dejaba quedarme. Él se corrió a un costado dejándome el camino libre para que entrara en el aula.
- Gracias – murmuré al chico cuando se corrió del marco de la puerta y me adelante a la clase, pero al segundo tuve que salir. Mis mejillas ardían por la vergüenza. Como la puerta estaba entre abierta no había causado ruido alguno al ingresar, pero de todos modos el profesor giro la vista hacía mí al segundo que cruce el umbral. No pude decir palabra o reclamar nada, el profesor no solo me había echado si no que por su modo de dirigirse a mi, me había hecho quedar en ridículo frente a todo la clase. Agaché la cabeza y di media vuelta sin pensarlo.
Al salir me apoyé contra la pared pensando en que haría durante esa hora, quería estar sentada dentro del aula, escuchando lo que Platz tenía que decir sobre la novela que nos tocaba analizar en esa clase, pero ahora solo podría hacerlo si me quedaba espiando por la rendija de la puerta.
Él chico que me había hecho perder mi materia ya no se encontraba en el pasillo. Resople soltando el aire que voló mi flequillo, y solté una maldición, pero me relaje y pensé que ya no podía hacer nada, ya que me había entrado ganas de reclamarle por eso pero después de tranquilizarme por lo acelerada que iba cambié de idea y me encamine a la cafetería.

Cuando entre en la cafetería me di cuenta de que estaba vacío y claro, todos debían estar en las clases. Caminé hasta el mostrador, esperé unos segundos hasta que apreció la señora Mays.
- Buen día Emma - me saludó amable a la vez que acomodaba la rejilla de su cabeza - ¿Quieres algo? – era normal que conociera al personal de la facultad, me gustaba ser amable con la gente y siempre saludaba a todos y por lo general terminaba por conocer sus vida, a la gente le gustaba hablar y terminabas enterándote de cosas que ni pensabas.
Me serví una bandeja con una porción de pizza y una limonada, ya era casi hora del almuerzo, una hora antes. Me acomodé en una de las mesas del centro, esta vez podía elegir la que más me gustará y claro la mayoría estaban limpias, ya que cuando era hora de clases generalmente los ayudantes de cocina limpiaban los restos de comida que dejaba los demás. Deje todos mis cuadernos y papeles a mi costado y comencé a comer en silencio.
Saqué de mi bolso un libro, uno de los que no tenía en mi brazo cuando todo se me fue al piso. Y lo abrí en la mitad, bueno donde estaba mi marca página, comencé a leer mi novela preferida, Orgullo y prejuicio, no era la primera vez que lo leía, ni la segunda, ya había páginas que corrían riesgo de salirse y la tapa estaba algo arrugada, pero eso no me importaba, me gustaba leerlo y releerlo cada vez que tenía un hueco de tiempo. Esta vez no llegué a leer ni una página completa mientras comía porque una voz me interrumpió.
- ¿Se puede? – pregunto el chico, él mismo que hacía exactamente diez minutos me había hecho tirar todos mis libros al suelo. Pensé unos segundos si responderle que si o decirle simplemente que se vaya. Hace un rato estaba de mal humor y apresurada pero ahora ya no…
- Si – dije, ya que él no era culpable de mi mal humor.
Se sentó y acomodo su bandeja frente a la mía con sus libros al lado de esta con la única diferencia de que los suyos estaban acomodados en cambio los míos no. Él noto lo que yo miraba y sonrió apenado.
- Lo siento.
- Ya no importa – solté mientras daba un mordisco a mi porción de pizza.
- ¿Se te arruino algo? – examinó todo el desorden de hojas.
- Creo que no – me encogí de hombros, en verdad no me había fijado.
- Que bien – murmuró comiendo de lo que traía en su bandeja.
Para no ser maleducada cerré mi libro, dejando el marca páginas en medio y lo aparté hacía un lado, no tenía sentido fingir que leía. Terminé de comer mi pizza y bebí varios tragos de limonada.
- ¿Qué lees? – curioseó alzándose para poder ver el nombre del libro. Lo giré y apunte la tapa en su dirección. Nunca me negaba a hablar sobre libros y menos si era mi favorito
- Orgullo y prejuicio – respondí.
- ¿Y qué tal? – quiso saber sobre la historia.
- ¿Nunca los has leído? – Creí que por haber salido de la clase de literatura de seguro le gustaría leer y por ahí el género también le gustaba, ya que era un clásico pero al parecer esas novelas no le gustaban – ¿Ni la película haz visto? – pregunte sorprendida, era una posibilidad, la mayoría de las personas terminaban conociendo las historias cuando preguntaba si habían visto la película, con la esperanza de que dijeran que no pero que si habían leído el libro.
- No – contestó al tiempo que movía la cabeza para ambos lados.
- Deberías – sentencié.
- Si tú lo dices, me la apuntaré para el fin de semana – sonrió, riéndose levemente – ¿Vas la clase de literatura? – pregunto. La expresión de su rostro mostraba confianza ante la respuesta que yo daría como si ya la supiera, puesto que hacía un rato que casi lo atravesaba queriendo entrar en dicha clase.
- Si – lo miré fijo - ¿tu?
- También, hoy me salía porque llegué tarde – noté un poco de rubor en sus mejillas.
-Entonces supongo que aunque tu no hayas estado frente a la puerta, hubiera llegado tarde igual – analicé, sonriendo naturalmente.
- Quizás.

- ¿Qué clase tienes ahora? – pregunte consultando mi reloj, quedaban solo quince minutos ara mi siguiente clase, sin darme cuenta había pasado mi hora libre hablando con él.
- Historia – respondió rápidamente, sin esperar a que yo dijera la mía como si supiera cual era.
- Yo igual – solté una pequeña sonrisa ante la coincidencia.
- Pues vamos para que no lleguemos tarde – asentí y me levante de mi asiento, guarde lo más ordenado posible todos mis libros en mi bolso, que por milagro lograron entrar. Tomé mi bandeja y la devolví al igual que él. Y después nos encaminamos a la salida de la cafetería, el aula a la que teníamos que llegar solo estaba a dos puertas por el mismo pasillo que habíamos llegado.

La clase pasó rápido y nada aburrida, como solía ser a veces, la profesora terminaba hablando de temas que nada tenían que ver con la materia o al contrario profundizaba tanto que la mitad de la clase terminaba entrando en un somnoliento ambiente de sueño. Me senté con él, el chico morocho, del cual no sabía el nombre, solo que compartíamos dos clases y que nunca había leído o visto Orgullo y prejuicio.
Cuando sonó el timbre junte mis cosas sin apuros ya que esa había sido la última hora de mi día, ahora solo me quedaba caminar hasta casa.
- ¿La última? – el también comenzó a guardar todos sus apuntes, no había dejado de escribir en toda la hora, ni había caído en el sueño ligero en que entraba toda la clase casi siempre.
- Si – respondí.
- Que suerte a mi me queda una – habló con voz de cansado, no pude contener una mueca al escuchar sus palabras hubiera querido que terminara su día al mismo tiempo para salir a la vez.
- Suerte entonces – lo saludé con un beso en la mejilla como acostumbrada a hacer con la gente que conocía de toda la vida, me detuve un segundo al darme cuenta de que había hecho y me apresure a ir antes de que pudiera decir nada. Salí del salón antes que él.

Cuando ya estaba tirada en mi cama ordenando mis cuadernos, noté que en mi libro de historia había un papel a medio doblar, lo saqué curiosa y lo leí, había un número de celular y decía Robert Fixcht y agregaba un lo siento, lo observé sorprendida y con una nota de alegría a la vez.
Él lo había dejado entre mis cosas, pero cuándo, no lo había visto hacerlo en ningún momento, tal vez cuando se me cayeron los libros, o mientras comíamos, tal vez en la clase de historia cuando estaba distraída escuchando a la profesora.
Acaricié el suave trozo de papel, mientras sonreía, no sabía que pensar sobre él. Al principio había tenido ganas de echar todo mi mal humor sobre él por la simple cuestión de hacerme perder mi clase de literatura, pero al poco rato ya ni me acordaba de eso, solo podía ver en mi mente su tímida sonrisa.
La primera impresión que me había causado era que parecía amable y en verdad era muy tímido pero hasta cierto punto. Cogí mi celular sin dejar de mirar los números que había escrito para mí y me deje caer sobre la almohada de mi cama sin dejar de sonreír.

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